CAPITULO
I
FUNDAMENTOS
DE LA FAMILIA EN LA TRADICION CRISTIANA
1. Naturaleza de la familia
“La
familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza al mundo
creado”,
y esto lo encontramos expresado en una
afirmación muy importante como es ¨al
principio¨, en el libro del Génesis (1, 1).
Ha sido un querer de Dios el que el hombre y la mujer formen una
familia, no ha sido una invención humana, su punto fundamental lo tiene en
Dios.
En
el Principio, está el proyecto creador, proyecto de amor y de vida. En el
principio, está el Espíritu que hace vivir y que da la capacidad de amar.
“Encontramos
en el magisterio la enseñanza que el origen de la familia deriva del matrimonio. Esta doctrina es enseñanza de la
Revelación, tal como se manifiesta en las primeras páginas de la Biblia (Gén
1-3). En efecto, no hay mas origen de la familia natural que el matrimonio
natural y la fuente de la familia cristiana es el sacramento del matrimonio”.
“El
matrimonio es la alianza por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un
consorcio de toda la vida”
que inaugura una comunidad de vida y de amor conyugal. El matrimonio es por
ordenación divina una institución estable sostenida por un vínculo sagrado
incluso ante la sociedad, donde no es producto de la decisión humana sino que
Dios mismo es el autor de dicha institución.
Desde el principio Dios ha querido que el matrimonio sea entre un hombre y una
mujer (Gn 1, 27-28)
como fundamento de la familia. Sólo de esta manera, el matrimonio estará en
beneficio de la familia y por tanto de toda la sociedad. El matrimonio entre un
hombre y una mujer asegura la preservación de la especie, y al ser el
fundamento de la familia, tutela también la transferencia de principios usos y
valores de una generación a otra.
Desde el principio de la historia
humana Dios ha querido la institución matrimonial. Es imposible pensar que esta
realidad, en algún momento de la historia haya estado ausente. En todos los
pueblos de la tierra y en todas las culturas encontramos el hecho del
matrimonio donde se expresa con formas y manifestaciones diferentes según la
cultura y la época de cada pueblo. Además, “existe en todas
las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial”. Estamos, por tanto, ante
una realidad permanente y universal donde se da un tipo de relación entre un
hombre y una mujer (de acuerdo con el esquema originario y natural) distinto a
otro tipo de relaciones que puedan establecerse dentro de la convivencia humana.
Es una relación que surge, no de factores externos, sino de la misma naturaleza
humana destinada a la complementariedad del hombre y de la mujer.
La realidad matrimonial es un
hecho que ha sido revelado por Dios mismo. En la Sagrada Escritura encontramos
que el matrimonio no es invento del hombre, ni es tampoco una imposición de
convivencia. Tampoco es algo que los esposos lo pueden instituir a su gusto. En
el matrimonio el hombre y la mujer se vinculan mutuamente creando así, una
comunidad de personas; pero todo esto no tiene origen en ellos, sino en Dios.
En las primeras páginas de la Biblia encontramos textos claves de los que no
podemos prescindir para hablar con certeza y seguridad del matrimonio.
2.
La familia en
el Antiguo Testamento
El
Antiguo Testamento merece un lugar de honor en la búsqueda que emprendemos
acerca del valor salvífico del matrimonio o de conformar una familia. Es verdad
que de la revelación consumada, es decir de Cristo, hemos de esperar la plena
luz.
En las primeras páginas de la
Sagrada Escritura encontramos dos textos claves (Gn 1, 26-27 y Gn 2,18-24) para
fundamentar la realidad del matrimonio como algo querido por Dios mismo. Estos
textos nos ubican en “el principio” de todo. Encontramos aquí el origen de la
relación entre el hombre y la mujer donde Dios aparece como el Autor del
matrimonio y lo dota de bienes y fines.
2.1 El primer relato de la creación (1,26-28)
Este relato
según la crítica literaria es atribuido a la fuente sacerdotal redactado en el
s. VI a.C. Estos versículos narran la cumbre de toda la creación realizada por
Dios. Es decir, la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Aquí,
el hombre “no significa el varón, contrapuesto a la mujer, sino que representa
al ser humano en general” que se contrapone a toda
otra especie creada. Hombre (Adam), en este texto del Génesis tiene un
sentido colectivo que abarca al ser humano en general (hombre y mujer).
2.1.1. “Hagamos al hombre a nuestra imagen…”
El hombre no es creado según una
sucesión natural, sino que el Creador parece detenerse antes de llamarlo a la
existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza...» (Gn 1, 26).
El
Papa Juan Pablo II, comentando sobre esta temática afirmaba “el hombre es el
ápice de todo lo creado en el mundo visible, y el género humano que tiene su
origen en la llamada a la existencia del hombre y de la mujer, corona de toda
la creación, ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la
mujer fueron creados a imagen de Dios”.
Es
importante tener en cuenta que el hombre y la mujer son seres fundamentalmente iguales,
ninguno es más ni menos que el otro, para que así no haya dificultades a la
hora de convivir juntos como matrimonio, familia, recordando que proceden de
Dios y que de su amor infinito han sido creados.
En
fin vamos a decir que el hombre y la mujer han sido capacitados para formar, en
el ámbito de una relación conyugal, una comunidad de amor. El “yo” y el “tú” en
una relación interpersonal serán capaces de ese amor que tiene como fundamento
a Dios mismo. El ser humano es capaz de amar porque ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios.
2.1.2. “Sed fecundos y multiplicaos”
Esta
imagen y semejanza con Dios de la que
hemos hablado en Gn 1, 27, esencial para el ser humano, es transmitida a sus
descendientes por el hombre y la mujer, como esposos y padres, tal como lo
encontramos en Gn 1, 28. ¨El creador confía el dominio de la tierra al ser
humano, a todas las personas, tanto hombres como mujeres, que reciben su
dignidad y vocación de aquel “principio común”
La
familia, no puede negarse a la procreación, ya que todo acto matrimonial, en
sí, debe estar abierto a favor de la vida, Están llamados a dar vida, los
esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios, por ello se
dice lo siguiente:
“Por
su naturaleza misma, la institución
misma del Matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son
coronados como su culminación”.
2.1.3.
“Llenad la tierra”
Acá encontramos un mandato de Dios para el hombre
“llenad la tierra y sometedla”, dándole a entender que a él se le ha confiado
el mundo o la creación; para que pueda disponer de ella, pero sí le encomienda
su cuidado. Así como Dios es Creador y Providente, porque él no sólo ha creado
sino que continuamente crea para nuestro beneficio y deleite, así también el
hombre está llamado a colaborar con Dios procreando y cultivando con paciencia
y delicadeza a todos aquellos que él puede generar, todo lo que él puede
producir. Puede significar, además, la
participación de la pareja humana en la capacidad creadora de Dios, mediante la
procreación de la prole.
2.2 El segundo relato de la creación (2, 18-24)
Después de presentar el primer relato donde se nos
habla de la creación del hombre en sentido colectivo, es indispensable
presentar el segundo relato que aparece en el libro del Génesis (aunque no en orden cronológico de redacción) El
texto fundamental para hablar del matrimonio como realidad querida y creada por
Dios es Gn 2, 18- 24. Este relato de la creación es el más antiguo, pues fue
redactado en el siglo IX a. C.
No existe una contradicción entre los dos textos. El texto de Gn 2, 18-
25 nos ayuda a la comprensión de lo que se encuentra en el fragmento conciso
del Gn 1, 27-28 y, al mismo tiempo si se leen juntos nos ayudan a comprender de
un modo todavía más profundo la verdad fundamental encerrada en el mismo, sobre
el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios como hombre y mujer.
2.2.1 “Voy a
hacerle una ayuda”
En un primer momento, según el texto sagrado el
hombre aparece solo. Sin embargo es Dios quien tiene la iniciativa de poner
frente a él un ser semejante para que lo ayude. El hombre había entrado en
contacto con los demás seres vivientes, pero entre estos y el ser humano
existía una diferencia esencial y de naturaleza que lo llevó a experimentar
siempre la soledad que sólo podía ser superada con la presencia de otro ser
humano.
Mientras que entre el hombre y los demás seres
vivientes hay una diferencia esencial. De este modo la mujer es otro “yo” en la
humanidad común.
Pero el hombre y la mujer, siendo de la misma naturaleza humana son diferentes
entre sí. Esta diferencia no es esencial sino que sólo hace notar la existencia
de los sexos masculino y femenino. Esta diferencia está orientada a la
complementariedad. Porque son diferentes, son complementarios.
Dios formó a la mujer de una costilla que le había
sacado al hombre. De su costado salió la mujer. Luego es Dios mismo quien
presenta esta mujer al hombre (Gn 2, 22). El es también el creador de la mujer
y al presentarla ante al hombre se vuelve creador del matrimonio.
La mujer es de la misma naturaleza que la del hombre
por eso éste, inmediatamente la reconoce como carne de su carne y hueso de sus
huesos. “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será
llamada mujer (ishá) porque del varón (ish) ha sido tomada” (Gn,
2, 23).
2.2.2 “Dejará… se unirá…serán una sola carne”
Lo esencial de este texto es la afirmación de la
unidad en la diferencia. El ser humano no se acaba más que mediante el
encuentro con el otro. Se ve arrancado de la torpeza que padecería si se
hubiera quedado solitario en su paraíso. Porque la madre, la que hace vivir,
puede ser también la que retiene, el padre el que engendra y el que permite al
hijo construirse, puede convertirse también en el que cierra el paso hacia el
futuro.
También es importante resaltar el tema de la unidad
en la pareja humana creada por Dios como prototipo y modelo de todas las
parejas. Es el hombre quien deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer
(Gn 2, 24). Se resalta en este sentido el valor supremo que tiene la unidad en
la relación de pareja. Esta unidad “no se reduce a la unión carnal; alude
claramente al compromiso por el cual el hombre deja a su padre y a su madre y
se une a su mejer para constituir el matrimonio”.
Es un paso decisivo hacia una comprensión más completa de la voluntad de Dios creador,
captada en el acto mismo en el cual, al crear, El ofrece a toda la humanidad
una posibilidad de conocer su proyecto, de apreciar su belleza y colaborar en
su realización.
El proyecto de Dios debe compartirse con la
compañera, es decir, debe conjugarse en la primera persona plural, el
“nosotros”. También la vocación al matrimonio no es un “asunto” privado; por
consiguiente, no puede ni debe ser privatizada egoístamente, como si se tratara
de lograr una finalidad solamente “particular”
2.2.3 “Comerás...no comerás”
“De cualquier árbol del jardín podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn
2, 16 ss). Veamos el significado de los dos verbos “cultivar-cuidar”: son los
mismos que, en el idioma hebreo indican el deber de toda criatura de “rendir
culto, servir a Dios” y de “observar, obedecer” su voluntad. Sin embargo por
una parte Dios revela al hombre lo que le agrada, por la otra lo que le
desagrada, para que el mismo, el hombre, aprenda a distinguir lo que es bien y
lo que es mal.
El mandato de Dios, abre por una parte el drama de
la libertad humana, pero al mismo tiempo, revela que Dios, en su infinita
sabiduría, quiere abrir delante del hombre el camino que lleva a la vida.
3. La familia en el Nuevo Testamento.
Algo muy importante que encontramos ya en el Nuevo
testamento es que Cristo elevó a la
dignidad de sacramento la unión matrimonial de los cristianos. Además la
actitud de Jesús ante el matrimonio se
expresa con toda claridad en sus palabras sobre el divorcio (cf. Mc 10, 2-9),
siendo éste uno de los puntos más significativos y notables en el Nuevo
Testamento.
Los libros del Nuevo Testamento no nos dan una
enseñanza sistemática acerca del matrimonio, sino que hemos de deducir esta
doctrina sirviéndonos de los datos que de forma fragmentaria y ocasional nos
ofrecen dichos libros. Aunque estos datos no son muy copiosos, nos permiten
conocer los aspectos esenciales de la visión cristiana del matrimonio.
3.1 Jesús y el matrimonio.
Jesús como ya anteriormente se ha mencionado es
quien eleva o le da dignidad de sacramento a la unión matrimonial de los
cristianos. Además con Jesús aparece la nueva criatura y se reaviva el plan de
Dios en la primera creación. Cuando el interviene en la prohibición cristiana del divorcio no es una ley externa,
que sólo difícilmente se puede cumplir es la expresión de la nueva alianza, una
posibilidad nueva, conferida por la gracia. En si podemos decir: que el matrimonio,
según la predicación de Jesús, pertenece tanto al orden de la creación como al
de la redención.
3.2
Una nueva perspectiva sobre la familia.
Jesús nos viene a ofrecer esta nueva perspectiva,
impregnado del amor a aquel a quien llama su Padre, movido por el Espíritu,
Jesús viene a proclamar el reino. Concretamente, viene a dar origen, a partir
del pueblo de Israel, a un nuevo pueblo, la familia de los hijos de Dios.
Esta perspectiva lleva a Jesús a relativizar las
realidades humanas. El trabajo, la riqueza, pero también el amor conyugal y la
familia adquieren su verdadero sentido tan sólo en función de su relación con la realidad nueva que surge en el pueblo
santo, marcado por la caridad divina, que él viene a crear. Es así como vemos que
Cristo nos presenta una nueva forma o perspectiva como el pertenecer a una
nueva familia, unida por una misma fe.
3.3 La indisolubilidad del matrimonio
Es un elemento muy importante en el matrimonio, ya
que el amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la
indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los
esposos: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19, 6; Gn 2,24).
La unidad del matrimonio aparece ampliamente
confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el
varón en el mutuo y pleno amor. Puede parecer difícil,
incluso imposible, atarse para toda la
vida a un ser humano. Pero vemos que el querer de Dios ha sido éste con
respecto al matrimonio, además, él mismo ofrece su gracia para hacer posible
vivir en el estado matrimonial. A
continuación se irán desarrollando algunos textos bíblicos con respecto a este
tema.
3.3.1 El texto de Mateo 19, 1-9 y el de
Marcos 10, 1-11
Cristo da a la indisolubilidad
del matrimonio monógamo un carácter absoluto, desconocido hasta entonces. Por
eso en estos textos “cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio, con respecto a la primera, y si una mujer repudia a su marido
y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12).
Los fariseos quieren
forzar a Cristo a tomar una posición, para acusarlo, según su respuesta, de
laxismo o de rigor, y de este modo echar al pueblo sobre él. “¿Está permitido
repudiar a su mujer por cualquier motivo?” (Mt 19, 3).
“La unión conyugal es
indisoluble y no hay ninguna razón que valga para el divorcio. Puesto que la
comunidad conyugal ha sido instituida por el mismo Dios, ninguna instancia
humana puede disolver un matrimonio auténtico”
Hay que tenerlo muy en
cuenta ya que en nuestro tiempo como se ha puesto muy de moda lo que es el
divorcio, el hombre se considera dueño de sí mismo y toma decisiones que van en
contra de la voluntad divina, y la mejor solución que encuentra cuando tiene
dificultades en el matrimonio o vida familiar es separarse, como también muchas
veces lo hace por puro deseo de dejarse llevar por sus pasiones, y Jesús ya
dijo que quien abandone a su mujer y se compromete con otra es un adúltero.
En este pasaje de Mc 10,
2-9 y paralelos, responde Jesús a la cuestión
controvertida entre los judíos de si al marido le está permitido
repudiar a su mujer. A primera vista la respuesta de Jesús parece reforzar la ley veterotestamentaria y,
por tanto, imponer a los hombres una pesada carga. Pero en realidad Jesús no
entra en la discusión ni en la
interpretación de la ley
veterotestamentaria (cf. Dt 24, 1- 4). Plantea la cuestión a un nivel distinto.
Recuerda ante todo el plan original de Dios en la creación.
No se puede olvidar que el
acta de repudio no hace desaparecer el vínculo matrimonial, y mientas este
permanece, no puede contraer otro matrimonio. La nueva unión, además de ilícita,
es inválida, es decir, nula.
3.3.2 El texto del capítulo 5 de Mateo (5,31-32)
Esta perícopa refiere el pecado de adulterio, específicamente de
parte de la mujer. Las cláusulas quieren que el hombre quede liberado de toda
obligación, puesto que la mujer con su conducta ha hecho imposible la
continuación del matrimonio. En este contexto se desarrolla este texto. Jesús
se enfrentó a esta sociedad permisiva y releyendo el texto de Deuteronomio 24,
desea dar una mayor seguridad a la mujer, prohibiendo el repudio por cualquier
cosa, pero dejando la posibilidad del divorcio en caso de fornicación. Jesús
nuevamente coloca el matrimonio en una situación ideal, bajo la perspectiva del
Reino de Dios.
4. El matrimonio en las cartas de San Pablo
“En las cartas de San Pablo encontramos
una reflexión más honda sobre el matrimonio”. Vamos
a decir que el Apóstol ha repensado la doctrina cristiana del matrimonio y le
ha dado expresión definitiva una vez llegado al tiempo de su madurez teológica
y apostólica (Ef. 5, 22-32). San Pablo clarifica el panorama cristológico y
eclesiológico de este tema del matrimonio cristiano. Pero lo hace a tenor de
las preguntas respondidas por carta a los problemas planteados por la comunidad
cristiana (1 Cor 7).
4.1 El capítulo 7 de la primera carta a los
Corintios (7, 1-40)
“La carta a los corintios responde a problemas
ocasionales y en una forma un tanto polémicas” .Pablo plantea entonces
el principio de una reciprocidad total entre el poder del marido sobre su mujer
y el de la mujer sobre su esposo. La postura de Pablo se presenta como una
revolución. Abriendo a las mujeres cristianas la posibilidad de seguir siendo
vírgenes, afirma que tanto ellas como ellos son fundamentalmente iguales.
Valora a la mujer en función del reino, por ella misma, en vez de considerarla
tan solo en función de su relación
sexual con el varón (Cf. 1 Cor 7, 25 s).
San Pablo no emite un juicio negativo sobre el matrimonio, sino
que lo considera como una forma válida de obediencia cristiana a la voluntad de
Dios. Lo que si dirá es que solo la unión sexual no constituye el matrimonio.
4.2 El texto de Ef. 5, 22-32 (Moral familiar)
En la carta a los Efesios encontramos que ya no es
posible contentarse con una reflexión ocasional sobre el matrimonio. Por eso el
autor de la carta lo considera dentro del marco de una perspectiva general del
crecimiento del “Cuerpo de Cristo”.
La llamada de esta carta se presenta como una
invitación a concederle a la mujer todo el lugar que le corresponde, ya no como
una continuación de su sometimiento al marido. “Este misterio es grande”, decía
San Pablo. Con este término de
“misterio” designaba la totalidad de la obra divina en la que el creyente se
encuentra ahora inserto por la fe.
Como síntesis el mensaje más importante de este
texto es que el amor y la fidelidad entre Cristo y la Iglesia son un ejemplo
para el matrimonio, y, sobre todo, que el amor entre marido y mujer es símbolo
del amor y fidelidad de Dios, que se manifestó en Jesucristo y que actúa
plenamente en la Iglesia.
5. La familia en la Constitución pastoral Gaudium et
Spes
El Concilio Vaticano II,
con la exposición más clara de algunos puntos capitales de la doctrina de la
Iglesia, pretende iluminar y fortalecer a los cristianos y a todos los hombres
que se esfuerzan por garantizar y promover la intrínseca dignidad del
matrimonio y su valor eximio.
Veremos el carácter
sagrado del matrimonio y de la familia, expuesto muy bien en la Constitución
Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II:
“fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la
íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los
cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del
acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun
ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo
sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la
sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del
matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de
suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho
personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad,
estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad
humana”.
“Por su índole
natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por
sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen
como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el
pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión
íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente,
adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta
íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los
hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad”.
Con respecto a la fecundidad
del matrimonio el concilio nos recalca lo siguiente:
“El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia
naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda,
el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los
propios padres. El mismo Dios, que dijo No es bueno que el hombre esté solo
(Gen 2,18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt 19,4),
queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora,
bendijo al varón y a la mujer diciendo Creced y multiplicaos (Gen 1,28). De
aquí que el cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de la vida
familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio,
tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de espíritu con
el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y
enriquece diariamente a su propia familia”.
Sin embargo, ante este
objetivo que da el Concilio Vaticano II, la teología moral moderna, dirá que el
fin primordial no son los hijos, sino la realización de la vocación al amor en
la relación interpersonal y la complementación corporal; solamente después los hijos jugaran un papel importante, como
se ve claramente, la teología moral solamente cambia los términos, sin
restarles importancia.
“En el deber de
transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su
propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador
y como sus intérpretes. En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes
de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la
conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al
Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del
Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo
protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo. Así, los
esposos cristianos, confiados en la divina Providencia cultivando el espíritu
de sacrificio, glorifican al Creador y tienden a la perfección en Cristo cuando
con generosa, humana y cristiana responsabilidad cumplen su misión procreadora.
Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión que Dios les ha confiado,
son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado,
aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente”.
La Constitución afirma que el amor conyugal debe compaginarse con
el respeto a la vida humana. El Concilio
sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con
frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la
vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos
por cierto tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena
intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse.
“Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces
correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque
entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los
que vengan quedan en peligro. Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales
a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia,
sin embargo, recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las
leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del
genuino amor conyugal. Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres
la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de
modo digno del hombre”.
En síntesis, de las numerosas afirmaciones del
Concilio Vaticano II sobre el amor matrimonial, se deduce que se considera al
amor como centro o la esencia, como el principio fundante y animador del
matrimonio, como el fundamento intrínseco de las cualidades o compromisos
matrimoniales: unidad, indisolubilidad, fructuosidad. Por amor interpersonal en
el matrimonio se entiende ese movimiento oblativo- captativo de comunicación,
donación y aceptación recíproca, que abarca a la persona total en sus
dimensiones espiritual, psicológica, corporal y sexual, y hace posible el
encuentro la comunidad y la comunión de vida, en la búsqueda de la
realización personal y la mutua
felicidad. El amor conyugal es, pues el centro de la relación interpersonal, la
base de la sacramentalidad, el fundamento intrínseco del compromiso
matrimonial, de su permanencia y duración.
SCHILLEBEECKX E., Op. Cit., 146
EL TEMA PRINCIPAL ES LA FAMILIA CRISTIANA COMO IGLESIA DOMESTICA
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