jueves, 14 de marzo de 2013

CAPITULO I FUNDAMENTOS DE LA FAMILIA EN LA TRADICION CRSTIANA


CAPITULO I
FUNDAMENTOS DE LA FAMILIA EN LA TRADICION CRISTIANA




1. Naturaleza de la familia
“La familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza al mundo creado”[1], y  esto lo encontramos expresado en una afirmación muy importante  como es ¨al principio¨, en el libro del Génesis (1, 1).  Ha sido un querer de Dios el que el hombre y la mujer formen una familia, no ha sido una invención humana, su punto fundamental lo tiene en Dios.
En el Principio, está el proyecto creador, proyecto de amor y de vida. En el principio, está el Espíritu que hace vivir y que da la capacidad de amar.
“Encontramos en el magisterio la enseñanza que el origen de la familia deriva del  matrimonio. Esta doctrina es enseñanza de la Revelación, tal como se manifiesta en las primeras páginas de la Biblia (Gén 1-3). En efecto, no hay mas origen de la familia natural que el matrimonio natural y la fuente de la familia cristiana es el sacramento del matrimonio”[2].
“El matrimonio es la alianza por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida”[3] que inaugura una comunidad de vida y de amor conyugal. El matrimonio es por ordenación divina una institución estable sostenida por un vínculo sagrado incluso ante la sociedad, donde no es producto de la decisión humana sino que Dios mismo es el autor de dicha institución[4]. Desde el principio Dios ha querido que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer (Gn 1, 27-28) como fundamento de la familia. Sólo de esta manera, el matrimonio estará en beneficio de la familia y por tanto de toda la sociedad. El matrimonio entre un hombre y una mujer asegura la preservación de la especie, y al ser el fundamento de la familia, tutela también la transferencia de principios usos y valores de una generación a otra.
Desde el principio de la historia humana Dios ha querido la institución matrimonial. Es imposible pensar que esta realidad, en algún momento de la historia haya estado ausente. En todos los pueblos de la tierra y en todas las culturas encontramos el hecho del matrimonio donde se expresa con formas y manifestaciones diferentes según la cultura y la época de cada pueblo[5]. Además, “existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial”[6]. Estamos, por tanto, ante una realidad permanente y universal donde se da un tipo de relación entre un hombre y una mujer (de acuerdo con el esquema originario y natural) distinto a otro tipo de relaciones que puedan establecerse dentro de la convivencia humana. Es una relación que surge, no de factores externos, sino de la misma naturaleza humana destinada a la complementariedad del hombre y de la mujer.
La realidad matrimonial es un hecho que ha sido revelado por Dios mismo. En la Sagrada Escritura encontramos que el matrimonio no es invento del hombre, ni es tampoco una imposición de convivencia. Tampoco es algo que los esposos lo pueden instituir a su gusto. En el matrimonio el hombre y la mujer se vinculan mutuamente creando así, una comunidad de personas; pero todo esto no tiene origen en ellos, sino en Dios. En las primeras páginas de la Biblia encontramos textos claves de los que no podemos prescindir para hablar con certeza y seguridad del matrimonio.

2. La familia en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento merece un lugar de honor en la búsqueda que emprendemos acerca del valor salvífico del matrimonio o de conformar una familia. Es verdad que de la revelación consumada, es decir de Cristo, hemos de esperar la plena luz[7].
En las primeras páginas de la Sagrada Escritura encontramos dos textos claves (Gn 1, 26-27 y Gn 2,18-24) para fundamentar la realidad del matrimonio como algo querido por Dios mismo. Estos textos nos ubican en “el principio” de todo. Encontramos aquí el origen de la relación entre el hombre y la mujer donde Dios aparece como el Autor del matrimonio y lo dota de bienes y fines[8].
           
2.1 El primer relato de la creación (1,26-28)
Este relato según la crítica literaria es atribuido a la fuente sacerdotal redactado en el s. VI a.C. Estos versículos narran la cumbre de toda la creación realizada por Dios. Es decir, la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Aquí, el hombre “no significa el varón, contrapuesto a la mujer, sino que representa al ser humano en general”[9] que se contrapone a toda otra especie creada. Hombre (Adam), en este texto del Génesis tiene un sentido colectivo que abarca al ser humano en general (hombre y mujer).

2.1.1. “Hagamos al hombre a nuestra imagen…”
El hombre no es creado según una sucesión natural, sino que el Creador parece detenerse antes de llamarlo a la existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza...» (Gn 1, 26).

El Papa Juan Pablo II, comentando sobre esta temática afirmaba “el hombre es el ápice de todo lo creado en el mundo visible, y el género humano que tiene su origen en la llamada a la existencia del hombre y de la mujer, corona de toda la creación, ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen de Dios”[10].
Es importante tener en cuenta que el hombre y la mujer son seres fundamentalmente iguales, ninguno es más ni menos que el otro, para que así no haya dificultades a la hora de convivir juntos como matrimonio, familia, recordando que proceden de Dios y que de su amor infinito han sido creados.
En fin vamos a decir que el hombre y la mujer han sido capacitados para formar, en el ámbito de una relación conyugal, una comunidad de amor. El “yo” y el “tú” en una relación interpersonal serán capaces de ese amor que tiene como fundamento a Dios mismo. El ser humano es capaz de amar porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

2.1.2. “Sed fecundos y multiplicaos”
Esta imagen y semejanza  con Dios de la que hemos hablado en Gn 1, 27, esencial para el ser humano, es transmitida a sus descendientes por el hombre y la mujer, como esposos y padres, tal como lo encontramos en Gn 1, 28. ¨El creador confía el dominio de la tierra al ser humano, a todas las personas, tanto hombres como mujeres, que reciben su dignidad y vocación de aquel “principio común”[11]
La familia, no puede negarse a la procreación, ya que todo acto matrimonial, en sí, debe estar abierto a favor de la vida, Están llamados a dar vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios, por ello se dice lo siguiente:
“Por su  naturaleza misma, la institución misma del Matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación  y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación”[12].

 2.1.3. “Llenad la tierra”
Acá encontramos un mandato de Dios para el hombre “llenad la tierra y sometedla”, dándole a entender que a él se le ha confiado el mundo o la creación; para que pueda disponer de ella, pero sí le encomienda su cuidado. Así como Dios es Creador y Providente, porque él no sólo ha creado sino que continuamente crea para nuestro beneficio y deleite, así también el hombre está llamado a colaborar con Dios procreando y cultivando con paciencia y delicadeza a todos aquellos que él puede generar, todo lo que él puede producir.  Puede significar, además, la participación de la pareja humana en la capacidad creadora de Dios, mediante la procreación de la prole.

2.2 El segundo relato de la creación (2, 18-24)
Después de presentar el primer relato donde se nos habla de la creación del hombre en sentido colectivo, es indispensable presentar el segundo relato que aparece en el libro del Génesis (aunque  no en orden cronológico de redacción) El texto fundamental para hablar del matrimonio como realidad querida y creada por Dios es Gn 2, 18- 24. Este relato de la creación es el más antiguo, pues fue redactado en el siglo IX a. C.
No existe una contradicción  entre los dos textos. El texto de Gn 2, 18- 25 nos ayuda a la comprensión de lo que se encuentra en el fragmento conciso del Gn 1, 27-28 y, al mismo tiempo si se leen juntos nos ayudan a comprender de un modo todavía más profundo la verdad fundamental encerrada en el mismo, sobre el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios como hombre y mujer[13].                     

2.2.1 “Voy a hacerle una ayuda”
En un primer momento, según el texto sagrado el hombre aparece solo. Sin embargo es Dios quien tiene la iniciativa de poner frente a él un ser semejante para que lo ayude. El hombre había entrado en contacto con los demás seres vivientes, pero entre estos y el ser humano existía una diferencia esencial y de naturaleza que lo llevó a experimentar siempre la soledad que sólo podía ser superada con la presencia de otro ser humano[14].
Mientras que entre el hombre y los demás seres vivientes hay una diferencia esencial. De este modo la mujer es otro “yo” en la humanidad común[15]. Pero el hombre y la mujer, siendo de la misma naturaleza humana son diferentes entre sí. Esta diferencia no es esencial sino que sólo hace notar la existencia de los sexos masculino y femenino. Esta diferencia está orientada a la complementariedad. Porque son diferentes, son complementarios.
Dios formó a la mujer de una costilla que le había sacado al hombre. De su costado salió la mujer. Luego es Dios mismo quien presenta esta mujer al hombre (Gn 2, 22). El es también el creador de la mujer y al presentarla ante al hombre se vuelve creador del matrimonio.
La mujer es de la misma naturaleza que la del hombre por eso éste, inmediatamente la reconoce como carne de su carne y hueso de sus huesos. “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer (ishá) porque del varón (ish) ha sido tomada” (Gn, 2, 23).

2.2.2 “Dejará… se unirá…serán una sola carne”
Lo esencial de este texto es la afirmación de la unidad en la diferencia. El ser humano no se acaba más que mediante el encuentro con el otro. Se ve arrancado de la torpeza que padecería si se hubiera quedado solitario en su paraíso. Porque la madre, la que hace vivir, puede ser también la que retiene, el padre el que engendra y el que permite al hijo construirse, puede convertirse también en el que cierra el paso hacia el futuro[16].
También es importante resaltar el tema de la unidad en la pareja humana creada por Dios como prototipo y modelo de todas las parejas. Es el hombre quien deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer (Gn 2, 24). Se resalta en este sentido el valor supremo que tiene la unidad en la relación de pareja. Esta unidad “no se reduce a la unión carnal; alude claramente al compromiso por el cual el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mejer para constituir el matrimonio”[17].
Es un paso decisivo hacia una comprensión  más completa de la voluntad de Dios creador, captada en el acto mismo en el cual, al crear, El ofrece a toda la humanidad una posibilidad de conocer su proyecto, de apreciar su belleza y colaborar en su realización.
El proyecto de Dios debe compartirse con la compañera, es decir, debe conjugarse en la primera persona plural, el “nosotros”. También la vocación al matrimonio no es un “asunto” privado; por consiguiente, no puede ni debe ser privatizada egoístamente, como si se tratara de lograr una finalidad solamente “particular”[18]
2.2.3 “Comerás...no comerás”
“De cualquier árbol del jardín podrás  comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn 2, 16 ss). Veamos el significado de los dos verbos “cultivar-cuidar”: son los mismos que, en el idioma hebreo indican el deber de toda criatura de “rendir culto, servir a Dios” y de “observar, obedecer” su voluntad. Sin embargo por una parte Dios revela al hombre lo que le agrada, por la otra lo que le desagrada, para que el mismo, el hombre, aprenda a distinguir lo que es bien y lo que es mal[19].
El mandato de Dios, abre por una parte el drama de la libertad humana, pero al mismo tiempo, revela que Dios, en su infinita sabiduría, quiere abrir delante del hombre el camino que lleva a la vida.

3. La familia en el Nuevo Testamento.
Algo muy importante que encontramos ya en el Nuevo testamento es que  Cristo elevó a la dignidad de sacramento la unión matrimonial de los cristianos. Además la actitud de Jesús  ante el matrimonio se expresa con toda claridad en sus palabras sobre el divorcio (cf. Mc 10, 2-9), siendo éste uno de los puntos más significativos y notables en el Nuevo Testamento.
Los libros del Nuevo Testamento no nos dan una enseñanza sistemática acerca del matrimonio, sino que hemos de deducir esta doctrina sirviéndonos de los datos que de forma fragmentaria y ocasional nos ofrecen dichos libros. Aunque estos datos no son muy copiosos, nos permiten conocer los aspectos esenciales de la visión cristiana del matrimonio[20].
3.1 Jesús y el matrimonio.
Jesús como ya anteriormente se ha mencionado es quien eleva o le da dignidad de sacramento a la unión matrimonial de los cristianos. Además con Jesús aparece la nueva criatura y se reaviva el plan de Dios en la primera creación. Cuando el interviene en la prohibición  cristiana del divorcio no es una ley externa, que sólo difícilmente se puede cumplir es la expresión de la nueva alianza, una posibilidad nueva, conferida por la gracia. En si podemos decir: que el matrimonio, según la predicación de Jesús, pertenece tanto al orden de la creación como al de la redención[21].
            3.2 Una nueva perspectiva sobre la familia.
Jesús nos viene a ofrecer esta nueva perspectiva, impregnado del amor a aquel a quien llama su Padre, movido por el Espíritu, Jesús viene a proclamar el reino. Concretamente, viene a dar origen, a partir del pueblo de Israel, a un nuevo pueblo, la familia de los hijos de Dios.
Esta perspectiva lleva a Jesús a relativizar las realidades humanas. El trabajo, la riqueza, pero también el amor conyugal y la familia adquieren su verdadero sentido tan sólo en función de su relación  con la realidad nueva que surge en el pueblo santo, marcado por la caridad divina, que él viene a crear[22]. Es así como vemos que Cristo nos presenta una nueva forma o perspectiva como el pertenecer a una nueva familia, unida por una misma fe.
3.3 La indisolubilidad del matrimonio
Es un elemento muy importante en el matrimonio, ya que el amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19, 6; Gn 2,24)[23].
La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor[24]. Puede parecer difícil, incluso  imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Pero vemos que el querer de Dios ha sido éste con respecto al matrimonio, además, él mismo ofrece su gracia para hacer posible vivir en el estado matrimonial.  A continuación se irán desarrollando algunos textos bíblicos con respecto a este tema.

                 3.3.1 El texto de Mateo 19, 1-9 y el de Marcos 10, 1-11
Cristo da a la indisolubilidad del matrimonio monógamo un carácter absoluto, desconocido hasta entonces. Por eso en estos textos “cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio, con respecto a la primera, y si una mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12).
Los fariseos quieren forzar a Cristo a tomar una posición, para acusarlo, según su respuesta, de laxismo o de rigor, y de este modo echar al pueblo sobre él. “¿Está permitido repudiar a su mujer por cualquier motivo?” (Mt 19, 3).
“La unión conyugal es indisoluble y no hay ninguna razón que valga para el divorcio. Puesto que la comunidad conyugal ha sido instituida por el mismo Dios, ninguna instancia humana puede disolver un matrimonio auténtico”[25]
Hay que tenerlo muy en cuenta ya que en nuestro tiempo como se ha puesto muy de moda lo que es el divorcio, el hombre se considera dueño de sí mismo y toma decisiones que van en contra de la voluntad divina, y la mejor solución que encuentra cuando tiene dificultades en el matrimonio o vida familiar es separarse, como también muchas veces lo hace por puro deseo de dejarse llevar por sus pasiones, y Jesús ya dijo que quien abandone a su mujer y se compromete con otra es un adúltero.
En este pasaje de Mc 10, 2-9 y paralelos, responde Jesús a la cuestión  controvertida entre los judíos de si al marido le está permitido repudiar a su mujer. A primera vista la respuesta de Jesús  parece reforzar la ley veterotestamentaria y, por tanto, imponer a los hombres una pesada carga. Pero en realidad Jesús no entra en la discusión  ni en la interpretación  de la ley veterotestamentaria (cf. Dt 24, 1- 4). Plantea la cuestión a un nivel distinto. Recuerda ante todo el plan original de Dios en la creación[26]
No se puede olvidar que el acta de repudio no hace desaparecer el vínculo matrimonial, y mientas este permanece, no puede contraer otro matrimonio. La nueva unión, además de ilícita, es inválida, es decir, nula.

3.3.2 El texto del capítulo 5 de Mateo (5,31-32)
Esta perícopa refiere el pecado de adulterio, específicamente de parte de la mujer. Las cláusulas quieren que el hombre quede liberado de toda obligación, puesto que la mujer con su conducta ha hecho imposible la continuación del matrimonio. En este contexto se desarrolla este texto. Jesús se enfrentó a esta sociedad permisiva y releyendo el texto de Deuteronomio 24, desea dar una mayor seguridad a la mujer, prohibiendo el repudio por cualquier cosa, pero dejando la posibilidad del divorcio en caso de fornicación. Jesús nuevamente coloca el matrimonio en una situación ideal, bajo la perspectiva del Reino de Dios.

4. El matrimonio en las cartas de San Pablo
“En las cartas de San Pablo encontramos una reflexión más honda sobre el matrimonio”[27]. Vamos a decir que el Apóstol ha repensado la doctrina cristiana del matrimonio y le ha dado expresión definitiva una vez llegado al tiempo de su madurez teológica y apostólica (Ef. 5, 22-32). San Pablo clarifica el panorama cristológico y eclesiológico de este tema del matrimonio cristiano. Pero lo hace a tenor de las preguntas respondidas por carta a los problemas planteados por la comunidad cristiana (1 Cor 7).
              4.1 El capítulo 7 de la primera carta a los Corintios (7, 1-40)
“La carta a los corintios responde a problemas ocasionales y en una forma un tanto polémicas”[28] .Pablo plantea entonces el principio de una reciprocidad total entre el poder del marido sobre su mujer y el de la mujer sobre su esposo. La postura de Pablo se presenta como una revolución. Abriendo a las mujeres cristianas la posibilidad de seguir siendo vírgenes, afirma que tanto ellas como ellos son fundamentalmente iguales. Valora a la mujer en función del reino, por ella misma, en vez de considerarla tan solo en función  de su relación sexual con el varón (Cf. 1 Cor 7, 25 s).

San Pablo no emite  un juicio negativo sobre el matrimonio, sino que lo considera como una forma válida de obediencia cristiana a la voluntad de Dios. Lo que si dirá es que solo la unión sexual no constituye el matrimonio[29].
              4.2 El texto de Ef. 5, 22-32 (Moral familiar)
En la carta a los Efesios encontramos que ya no es posible contentarse con una reflexión ocasional sobre el matrimonio. Por eso el autor de la carta lo considera dentro del marco de una perspectiva general del crecimiento del “Cuerpo de Cristo”.
La llamada de esta carta se presenta como una invitación a concederle a la mujer todo el lugar que le corresponde, ya no como una continuación de su sometimiento al marido. “Este misterio es grande”, decía San Pablo.  Con este término de “misterio” designaba la totalidad de la obra divina en la que el creyente se encuentra ahora inserto por la fe[30].
Como síntesis el mensaje más importante de este texto es que el amor y la fidelidad entre Cristo y la Iglesia son un ejemplo para el matrimonio, y, sobre todo, que el amor entre marido y mujer es símbolo del amor y fidelidad de Dios, que se manifestó en Jesucristo y que actúa plenamente en la Iglesia.

 
5. La familia en la Constitución pastoral Gaudium et Spes
El Concilio Vaticano II, con la exposición más clara de algunos puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, pretende iluminar y fortalecer a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la intrínseca dignidad del matrimonio y su valor eximio.
Veremos el carácter sagrado del matrimonio y de la familia, expuesto muy bien en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II:
“fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana”[31].

“Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad”[32].

 Con respecto a la fecundidad del matrimonio el concilio nos recalca lo siguiente:
“El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo No es bueno que el hombre esté solo (Gen 2,18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt 19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo Creced y multiplicaos (Gen 1,28). De aquí que el cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia”[33].

Sin embargo, ante este objetivo que da el Concilio Vaticano II, la teología moral moderna, dirá que el fin primordial no son los hijos, sino la realización de la vocación al amor en la relación interpersonal y la complementación corporal; solamente después  los hijos jugaran un papel importante, como se ve claramente, la teología moral solamente cambia los términos, sin restarles importancia.
“En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo. Así, los esposos cristianos, confiados en la divina Providencia cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden a la perfección en Cristo cuando con generosa, humana y cristiana responsabilidad cumplen su misión procreadora. Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión que Dios les ha confiado, son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente”[34].

La Constitución afirma que el amor conyugal debe compaginarse con el respeto a la vida humana.  El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por cierto tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse.
“Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro. Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal. Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre”[35].

En síntesis, de las numerosas afirmaciones del Concilio Vaticano II sobre el amor matrimonial, se deduce que se considera al amor como centro o la esencia, como el principio fundante y animador del matrimonio, como el fundamento intrínseco de las cualidades o compromisos matrimoniales: unidad, indisolubilidad, fructuosidad. Por amor interpersonal en el matrimonio se entiende ese movimiento oblativo- captativo de comunicación, donación y aceptación recíproca, que abarca a la persona total en sus dimensiones espiritual, psicológica, corporal y sexual, y hace posible el encuentro la comunidad y la comunión de vida, en la búsqueda de la realización  personal y la mutua felicidad. El amor conyugal es, pues el centro de la relación interpersonal, la base de la sacramentalidad, el fundamento intrínseco del compromiso matrimonial, de su permanencia y duración.




[1]  JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2
[2] FERNANDEZ, A., Diccionario de Teología Moral, Monte Carmelo, Burgos, 2005, 580
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,1601
[4] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48
[5]  Cf. SARMIENTO, A., El Matrimonio Cristiano2, Eunsa, Pamplona, 2001, 25
[6] CEC, 1603
[7] Cf.  SCHILLEBEECKX, E., El Matrimonio, Sígueme, Salamanca, 1968,  3
[8] GS, 48
[9] CABODEVILLA, J., Hombre y Mujer5, BAC, Madrid, 1984, 34
[10] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Mulieris Dignitatem, 6
[11] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Mulieris Dignitatem, 6
[12] CEC, 1652
[13] Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Mulieris Dignitatem, 6
[14] Cfr. SARMIENTO A., Op. Cit., 79-80
[15] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Mulieris Dignitatem, 6
[16] Cfr. BAGOT, J. P., Para vivir el matrimonio, Verbo Divino, Navarra3, 1990, 26
[17] SARMIENTO, A., Op. Cit., 81
[18] Cfr. GHIDELLI, C., Espiritualidad Familiar, San Pablo, Bogotá, 2005, 16
[19] Cfr. GHIDELLI, C., Op. Cit., 19
[20] Cfr. FLORES, G., Matrimonio y Familia,BAC, Madrid, 1995,  102
[21] CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Catecismo católico para adultos4, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1992, 427.
[22] Cfr. BAGOT, J. P., Op. Cit., 33
[23] Cfr. CEC 1644
[24] Cfr. Ibíd., 1645

[25] SCHILLEBEECKX E., Op. Cit., 146
[26] Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Op. Cit., 427
[27]  BAGOT J. P., Op. Cit., 38
[28] ALDAMA J.A., POZO, C., SOLANO, J., El Matrimonio cristiano y la familia, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1973, 41
[29] Cfr. ALDAMA J.A., POZO, C., SOLANO, J., Op. Cit., 41
[30] Cfr. BAGOT J. P., Para vivir el matrimonio, 42


[31] Constitución Gaudium et Spes, 48
[32] Ibid.
[33] Ibid., 50
[34] Constitución Gaudium et Spes, 50
[35] Ibid.

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